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Nuestra parte de noche: entre lo indecible y lo evidente

Ian Castelo

Nuestra parte de noche nos permite atisbar la noche entera, pero al mismo tiempo nos venda los ojos sin caer en la cuenta de que hemos caído en una ceguera tal que la única manera de explorar el mundo es con los brazos extendidos, palpando con las manos lo que está vedado a nuestra mirada intrusa. Porque en la novela de Mariana Enriquez uno entromete las narices donde no debería; uno escarba, inevitablemente una vez se abre la primera página del libro, la Otra parte de noche, en la que duermen los muertos. 

La aclamada novela de Enriquez contiene, entonces, esa ambivalencia aparentemente contradictoria: la de decir (y ver) todo mientras que no se dice (ni se ve) todo.

La primera parte que conforma la dualidad, aquella que nos abre las puertas a la Noche sin tapujos, queda establecida cuando uno como lector acompaña a Juan y Gaspar, los protagonistas de la historia, en su camino inicial hacia Puerto Reyes, la lujosa mansión en la que se celebrará El Ceremonial, un rito misterioso en el que se invoca a La Oscuridad, una entidad peligrosa, violenta, pero cuya sabiduría alimenta sin saciar a los integrantes de la Orden, la secta convocante. Juan y Gaspar, padre e hijo respectivamente, son el eje más valioso de la novela, y su compleja relación nos abre paso hacia la Noche hasta dejarnos en claro qué enredos oscuros y amenazantes subyacen bajo los actos que cada uno hace con respecto al otro y los demás personajes.

Este primer lado – el lado de lo dicho, de la certeza de lo lúgubre y lo sobrenatural – se planta rápidamente en la historia cuando Gaspar comienza a ver, siendo un niño apenas, fantasmas atormentados que lloran en los hoteles y que salen del mar. La oscuridad florece como un fruto que se abre y deja ver su interior. Aquí no queda duda, para el lector y mucho menos para los personajes, de que la frontera del mundo de los muertos se quiebra y se filtra al mundo de los vivos. El plano de lo sobrenatural se mezcla con el plano de los terrores terrenales, producidos por la dictadura de Videla y por el abuso de poder ejercido por los terratenientes argentinos. En ese sentido, la lectura se desenvuelve, en este primer sentido, en la base del miedo, sensación que atraviesa a cada personaje y situación; dígase miedo a desaparición por cuenta de la dictadura, o dígase miedo a ser tragado por un dios lejano que mutila los cuerpos de los Iniciados en el Ceremonial. 

La otra cara de la dicotomía se corresponde con lo no dicho, lo oculto, lo ensombrecido, con la mano de la oscuridad que opera el mundo sin que lo sepa nadie sino un puñado. El epígrafe que precede a la novela lo expresa por completo. Cita a T.S. Eliot: Who is the third who walks always beside you? Es decir, que mientras uno acompaña a los personajes en sus peripecias, va creciendo una sombra por detrás que los guía y los somete. Como lector, uno descubre poco a poco las artimañas de ese que camina a un lado de los personajes y, al mismo tiempo, de nosotros.

Entonces, este lado de la novela, el de lo furtivo, se siente sobre todo en la primera parte de la historia. La sombra que todo lo ve y controla se deja entrever por breves intermitencias mientras Gaspar padece los maltratos de Juan, su padre, quien mantiene una relación sexo afectiva, sin dejar de ser equívoca, con Esteban, pero que Gaspar, siendo un niño, no logra comprender del todo. Incluso, los intensos arrebatos de violencia de Juan hacia su hijo, aparentemente inmotivados o excesivos, son la prueba de que detrás de cada acto opera un motivo oculto. Llega la segunda parte de la novela y la autora se propone desmantelar, con inteligencia e intriga, las sombras que teñían con creces las situaciones planteadas en la primera parte. Uno comprende más la naturaleza de la Orden y, por tanto, de Juan, el médium más poderoso que ha operado en esa secta.

Enriquez plantea un mundo en el que lo indecible se corresponde con lo evidente; un mundo cuyas luces y sombras se empalman para formar un gran rompecabezas que hace de la historia contemporánea Argentina, sobre todo de la dictadura de Videla, un episodio terrorífico y misterioso, atravesado por el ansia humana de poder y perpetuidad. 

Me permito dividir, entonces, la novela en dos grandes bloques. El primero resulta envolvente, cubierto por ligeros matices fantásticos, amenazador, inquietante y místico. El segundo nos coloca sobre la tierra, sobre la realidad histórica que atravesaba Argentina durante la década de los setenta y ochenta; los personajes participan del clima cultural y político de la época, pues los hechos sobrenaturales se entrelazan con las crisis, como la de desaparecidos por la dictadura o la del sida. Este segundo bloque, que termina por resolver prácticamente todos los cabos sueltos durante el primero, es el que enriquece y redondea a la novela, alejándola de otros libros clásicos del gótico como Otra vuelta de tuerca (1898), de Henry James, novela en la que no queda determinada la certeza de presencia fantasmal en la historia.

Nuestra parte de noche cierra con un final apresurado, pero no rompe de ningún modo la trayectoria de los personajes, pues cada uno de ellos, sobre todo Gaspar, cumple con la misión que, según su carácter e historia, le está destinada. La historia, contada en cada capítulo con diferentes puntos de vista, y que por tanto cabalga con narración en primera y segunda persona, es agradablemente redonda y brillante por la construcción de sus personajes.

Una novela que, sin duda, representa algunos de los terrores más profundos de la sociedad occidental contemporánea: muerte, guerra, dictadura, ruptura familiar y secretos.

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