Tlatelolco, la Ciudad como escenario
Por Mario González
Mario Pani, arquitecto y urbanista mexicano, estudió la carrera de arquitectura en París de 1930 a 1935. De esa época, dos elementos lo marcarían en su preparación y moldearían todo su futuro trabajo: las conferencias del también arquitecto y urbanista francés Le Corbusier y la Carta de Atenas de 1933. Ambos, piedras fundamentales del Modernismo, tomaban como eje central al habitador y la vivienda, y como ejes complementarios las funciones básicas de la Ciudad: circulación, trabajo y esparcimiento o recreación. Es decir, un espacio apto, bello y útil para las personas.
Es en México, en 1960, donde estas ideas se sumarían a su tesis sobre la construcción de una ciudad autosuficiente, una ciudad dentro de otra, cuando se le encargó el proyecto de construcción del Conjunto Habitacional Nonoalco Tlatelolco, bajo el mandato del presidente Adolfo López Mateos. El conjunto fue construido según los valores del movimiento moderno, que, enumerados por Darinka González en su
tesis Tlatelolco como patrimonio, son: “vivienda a gran altura que permita una ventilación y soleamiento en cada departamento, grandes extensiones de área verde, espacios para la recreación y el ocio, comercios y área de empleo a distancias cortas”.

La Plaza de las Tres Culturas es el punto icónico de Tlatelolco. Imagen: Portal Archivo L
La belleza de este microuniverso es incuestionable. Y algunos ejemplos de quienes han sabido aprovechar este escenario son las óperas primas de Fernando Eimbcke, Temporada de patos, y más recientemente la de Gabriela Ivette Sandoval, OK, está bien. Ambas películas se grabaron en Tlatelolco y aunque gran parte de ellas se desarrolla dentro de los departamentos, las escenas exteriores hacen justicia a la visión de Pani; la primera cuando sigue a un repartidor de pizza que recorre todo el conjunto para entregar un pedido y la segunda, un poco más extensa, en forma de prólogo y epílogo de su historia.
Estas secuencias muestran gran parte de esta metaciudad, la cual se extiende sobre aproximadamente 100 hectáreas -donde antes eran los patios del sindicato ferrocarrilero-, y se divide en tres unidades o “supermanzanas”: La Independencia, La Reforma y La República. Es en ellas que se sembraron 102 edificios de entre cuatro y 22 pisos, con más de 11 mil departamentos y 600 locales comerciales, además de otros icónicos como la Torre Insignia o el cine que encara a la avenida Manuel González. La característica principal de estas supermanzanas es su naturaleza centrípeta, su movimiento interno, donde los habitantes podrían, en un principio, satisfacer el 60% de sus funciones diarias (mercados, alimentos, escuelas, campos deportivos, estacionamientos) sin cruzar la ruta de los automóviles o del transporte público, según se puede leer en una lámina del libro La utopía del Sueño Moderno de Mishell Altamirano.
Otra de sus cualidades es su extenso número de áreas libres, verdes y de esparcimiento. La importancia de este precepto, firmemente reclamado en el apartado BII de La Carta de Atenas, dictó el diseño de Tlatelolco. Así, los espacios verdes y recreativos ocupan el 75% de todo el conjunto, dejando el resto para el uso habitacional. Y dentro de ellos destaca el parque La Pera, pulmón verde de todo el complejo, ubicado en la segunda supermanzana.
Tal vez el más icónico de estos tres barrios, tanto por su belleza como por su historia, sea La República, hogar de la Plaza de las Tres Culturas. Ahí, conviviendo en un abrazo anacrónico, se pueden ver las ruinas prehispánicas de la cultura mexica; el templo de Santiago Apóstol, levantado por los franciscanos en 1527, en plena época colonial; y, representando a la época actual, parte del complejo habitacional y la Torre de Tlatelolco, sede hasta el 2005 de la Secretaría de Relaciones Exteriores y hoy casa del Centro Cultural Universitario y del Memorial del 68, ambos pertenecientes a la UNAM.
El escenario que representa esta plaza, tan ecléctico, ha visto pasar siglos de maravillas incendiarias. Uno no puede ver la ruinas sin pensar en la fundación de Tlatelolco, hecha por un grupo de inconformes del gobierno tenochca cerca del año 1337, quienes pasaron a ser mexica-tlatelolcas. Como tampoco puede dejar de pensar en que esta ciudad, El Centro Cultural Universitario Tlatelolco vistiendo una instalación lumínica. Imagen: México es cultura la segunda cabeza del pueblo mexica después de Tenochtitlán, terminó creando el gran emporio comercial de la zona y el famoso mercado que asombró a cronistas y conquistadores españoles, como Hernán Cortés o Bernal Díaz del Castillo, y que fue pintado por Diego Rivera.
De la misma forma, no se pueden ignorar las otras historias, las otras narrativas. Uno no puede ver el templo de Santiago Apóstol, hecho con piedras muy similares a las que usaban los mexicas para sus construcciones —como bien lo menciona Ángeles González Gamio en su Crónicas y Relatos de México-Tlatelolco—, o mirar los taludes de sus columnas frontales, casi idénticos a los estilados en los templos prehispánicos, y no pensar en los indígenas conquistados, esclavizados y diezmados, construyendo para sus propios conquistadores. Así como tampoco se puede ignorar la tragedia del 68, donde el gobierno masacró a una parte de la comunidad estudiantil del país o la ocasionada por el sismo del 85, el cual se tragó miles de vidas. Éstas son ese tipo de cicatrices que deben tenerse presentes, con sus causas y sus consecuencias, como los claroscuros de la historia de un país.

Imagen: México es cultura.
Si es cierto que “El mundo es un escenario”, como escribió Shakespeare hace más de cuatro siglos en su obra Como gustéis, vale la pena preguntar: ¿Qué clase de escenario es Tlatelolco?, ¿a qué personajes aloja o quiere alojar?, ¿qué historias se cuentan en él?, y sobre todo, ¿qué finalidad tiene? Las películas de Eimbcke e Ivette Sandoval han dado algunas respuestas; otras, más trágicas, las han dado la naturaleza y la historia del lugar. Una igual de importante la otorga el propio padre de este delirio modernista, quien, respondiendo a su vez a otra pregunta en una entrevista para Revista Calli, en 1960, decía:
“(Cada supermanzana) Tiene la gran importancia de crear en sus habitantes un profundo sentido colectivo, que hoy en nuestra ciudad se ha perdido totalmente por lo mismo que ha desaparecido esta célula urbanística que lo hace posible. (…) Vivimos bastante solos, sin un sentido colectivo que nos guíe y nos acompañe”.
Parece ser que Pani, quien diseñaba para la humanidad y contra el individualismo, pensó Tlatelolco como una construcción con un gran destino, como un escenario que alberga la utopía; como una ciudad que tiene una finalidad bella e inmensa, pero no imposible.
A pesar de que fue diseñado para satisfacer las necesidades de forma interna, Tlatelolco tiene mucho turismo cultural a su alrededor. ¿Quieres conocer un poco más de estos lugares? Nosotros te damos algunas recomendaciones.

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